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sábado, 12 de febrero de 2011

MODELOS DE GESTIÓN DE CONVIVENCIA EN LOS CENTROS EDUCATIVOS

Situándonos dentro de cualquier institución social donde se encuentran y conviven grupos de personas con intereses, ideales, motivaciones,... diferentes siempre vamos a tener que cuidar que se dé una adecuada convivencia entre todos. Por ello, también esto es de suma importancia dentro de los centros educativos, ya sea dentro de los centros de educación infantil, primaria, secundaria, centros de formación profesional, universidad,... Gozar de un buen clima de convivencia es funfamental para que el proceso de enseñanza aprendizaje se dé en las mejores condiciones y se obtengan los mejores resultados posibles.

Antes de pasar a comentar el artículo de J.C. Torrego, me gustaría plantear algunas preguntas: ¿Qué es la convivencia? ¿Qué bases se deben cumplir para que se dé una convivencia pacífica y adecuada? ¿Qué principios debemos cumplir? ¿Son estos principios universales? Creo que estas preguntas y otras tantas son importantes a la hora de debatir sobre este tema, si no tenemos claras las respuestas a ellas no podremos saber cómo atajar el problema de la convivencia porque no sabemos lo que la convivencia es para cada uno.

Como presenta Juan Carlos Torrego en su artículo “El modelo integrado: un marco educativo para la gestión de los conflictos de convivencia desde una perspectiva de centro”, hay diferentes formas de atajar los problemas que puedan surgir en la convivencia dentro de un centro. Habla en primer lugar del modelo punitivo. Este modelo basa su actuación en la aplicación de una sanción concreta o una corrección como medida correctiva ante un agravio, es decir, ante la violación o incumplimiento premeditado, o no, de una normativa del centro. En este caso se aplica dicha sanción en forma de parte, expulsión,... Generalmente, todo esto (ante qué hecho o conducta se sanciona, qué tipo de sanción conlleva cada conducta,...) está recogido en el Reglamento Interno del centro, donde se especifica en múltiples artículos la normativa que todos los integrantes (desde alumnos, padres, profesores, equipo directivo y demás personal del centro) deben cumplir y respetar. Sin embargo, surge la duda acerca de si este es el mejor método para la resolución de conflictos. Parece que no: ¿queda realmente reparado el daño ocasionado con el acto de castigar al disruptor? ¿Se consigue la reconciliación entre víctima y agresor, o por el contrario sólo se refuerza la enemistad y se potencia la probabilidad de que vuelva a surgir algún hecho conflictivo entre esos dos alumnos debido al rencor y a la venganza acumulada? ¿Se resuelve el problema de base? ¿Se habla con los implicados buscando un acuerdo, una disculpa sincera,... o puede pasar que la víctima sólo esté interesada en el castigo del otro, mientras que éste sólo piensa en cómo evitará ser pillado la próxima vez? Como plantea Torrego ¿Queda realmente zanjado el asunto mediante el castigo? No, seguramente no se consiga nada con este tipo de actuación, o al menos no a largo plazo. No se repara el daño sufrido por la víctima castigando al agresor, no se evita la repetición del hecho conflictivo por el mero castigo del disruptor y definitivamente no se arregla un problema si no se favorece el diálogo conciliador entre las partes implicadas.

¿Dónde podemos encontrar este modelo de convivencia? ¿Cómo atajar un problema de agresión en el patio de un colegio de primaria? Seguramente todos los profesores tienden a castigar al agresor y a considerar el asunto resuelto. Mi experiencia es que con todos los “problemas” que surgen en un patio de colegio es muy difícil actuar de otra manera (“me ha empujado”, “Me ha quitado un tazo”, “Fulanito le ha dicho a Menganito que no juegue conmigo porque...”, …), si tienen ocasión, los niños siempre encuentran injusticias de las que un adulto debe hacerse cargo. Del mismo modo, la tendencia a actuar ante un problema de convivencia dentro de un instituto es mediante este modelo punitivo. Los adolescentes suelen ser personajes poco accesibles al profesorado, y el diálogo tiende a bloquearse, sobre todo si se encuentran en una situación de indefensión como se da ante una posible sanción por quebrantar alguna norma. No obstante, es diferente la situación si se enseña al alumno cómo ha de actuar ante un problema de este tipo de manera autónoma. Seguramente sea difícil trabajar este aspecto en un nivel de primaria o de infantil, pero es desde esta base desde donde se tiene que comenzar a edificar un modelo de convivencia para tener las conductas adquiridas en la adolescencia y la edad adulta y evitar posibles problemas en esas edades.

Tras haber analizado el primer modelo planteado en el artículo, pasemos a conocer el siguiente modelo del que habla Torrego: el modelo relacional e integrado. En este modelo la responsabilidad y la acción de la resolución del conflicto se focaliza en la relación, se basa en una comunicación directa entre ambas partes, es decir, un pilar fundamental de este modelo es el diálogo, que se dará animado por terceros o por iniciativa propia de las partes interesadas. La restitución que recibe la víctima puede ser material o inmaterial y supone la liberación de la culpa del que inflinge el daño. Dentro de este modelo, el modelo integrado da un paso más e implica a su vez pasar del acto privado del conflicto entre dos personas a quedar legalizado desde una perspectiva del centro, por lo que, como ya he comentado anteriormente, quedará recogido en el Reglamento Interno del centro, dentro del Plan de Convivencia. No obstante, no es suficiente con que el centro recoja esta normativa, ya hemos visto en el modelo punitivo que también había constancia de unas normas de obligado cumplimiento, pero eso no bastaba, es necesario que todas las partes que conforman la institución acepten las normas y las respeten. En este sentido sería una buena iniciativa que ese Plan de Convivencia se elaborase mediante la participación, tanto del claustro, como de los alumnos, padres, y demás personal del centro. Así mismo, otras medidas que facilitan y favorecen el diálogo son los equipos de mediación, iniciativas que potencien la participación (como acabo de comentar), trabajo cooperativo y colaborativo entre las partes y la toma de decisiones en consenso.

Las diferencias de este modelo y el anterior son que, en este caso, en relación a la reparación del daño ocasionado a la víctima, ésta es real y directa hacia ella; así mismo, la reconciliación se basa en el diálogo y está enfocada a mejorar la relación entre las partes. Para la consecución de la resolución del problema se trabaja también a través del diálogo que busca que las partes sean escuchadas, entendidas, respetadas y que se encaminen hacia el acuerdo y el consenso entre los implicados.

En cuanto a este modelo, para que sea viable y real es importante recordar que, como he comentado antes, es necesario que la normativa a cumplir haya sido elaborada de una manera participativa y consensuada entre toda la comunidad educativa y que ésta cuente así mismo con equipos de mediación que faciliten el diálogo y la comunicación sincera y fluida.

¿Dónde podemos encontrarnos este modelo? Seguramente sea más difícil encontrar este tipo de convivencia en un centro de educación primaria o secundaria, como ya he comentado, en estos niveles educativos surgen demasiadas situaciones en las que se requiere mediación y los centros no cuentan con tiempo ni recursos suficientes para afrontar todas y cada una de ellas; No obstante, si a los alumnos se les van dando las pautas adecuadas para favorecer la autonomía en la resolución de conflictos, y se potencia una moral y una buena base con principios de convivencia sólidos, este tipo de modelo es perfectamente viable en cualquier institución educativa, no sólo en la universidad (donde los alumnos son más mayores y en consecuencia, se supone que también más autónomos). A este respecto, también me gustaría mencionar el hecho de que en primaria y secundaria, al ser los alumnos más jóvenes también son más dependientes de los docentes y esto dificulta la actuación autónoma a la hora de intervenir para solucionar los problemas que surjan, sin embargo, alumnos de bachillerato y universidad suelen contar con una capacidad de autonomía, capacidad de autocontrol,... que facilitan el diálogo y la comunicación, así como de una mayor iniciativa y responsabilidad, a estas edades los alumnos suelen evitar la intervención y mediación de los profesores, ya que consideran que son capaces de resolver los problemas por sí mismos.

De un tiempo a esta parte han ido surgiendo nuevas realidades en los centros educativos llegando a verse una necesidad de legislar la autoridad del profesorado. A través de una ley se pretende recuperar la autoridad del profesor, la misma que año tras año ha ido perdiendo ante el alumnado y las familias. Como hemos podido observar en el vídeo, a este respecto hay múltiples opiniones, desde las radicales a favor a las radicales en contra. A mí personalmente me surge la duda de si realmente una ley puede otorgarle a un profesor la autoridad ante un alumno. Creo que el profesor tiene autoridad y merece respeto desde un principio, con o sin ley, igual que el alumno merece respeto. En el caso del alumno que incumple este hecho no lo va a empezar a cumplir en base a la aparición de una nueva ley. Actualmente los profesores deben luchar contra una falta de poder autoritario y de prestigio, pero no creo que haya otra manera de recuperarlo que con el esfuerzo diario de realizar un buen trabajo, sacar a sus alumnos adelante y ganarse su confianza y respeto. Si un profesor castiga porque sí, sin explicaciones ni diálogo, sin dar lugar a la reconciliación (modelo punitivo) estará intentando ganar la autoridad y el respeto a la fuerza, sin embargo no le llevará a ningún lado (o al menos el respeto será más miedo que respeto real). Pero cuando el profesor promueve el diálogo, soluciona problemas por vías alternativas, mediando entre las partes, favoreciendo la convivencia pacífica, la reconciliación y evitando futuras revueltas (modelo relacional e integrado), entonces los alumnos acudirán a él cuando les surja un problema o una preocupación, se establecerá una relación de confianza y respeto que otorgan al profesor una posición de autoridad y liderazgo.

En mi opinión la relación que se establece entre profesores y alumnos y la autoridad que éste último pueda ejercer sobre ellos depende del saber hacer del profesor y creo que los alumnos no van a actuar en función de una ley, si no que más bien tienden a responder ante la conducta del profesor. A este respecto recuerdo una frase que nos dijo una vez un profesor de matemáticas, él era profesor en prácticas por lo que no nos portábamos especialmente bien en sus clases (como buenos adolescentes nos aprovechábamos de su inexperiencia). Un día, harto de nuestra falta de respeto y lleno de indignación nos dijo “Los alumnos educan a sus profesores”. En ese momento ninguno entendimos qué quería decir, pero ahora lo entiendo, él debía responder ante nuestra conducta (si eramos irrespetuosos él debía ser más duro) del mismo modo que los alumnos responden a la conducta y el saber hacer de los profesores de tal manera que si todos asumimos una postura de respeto hacia el otro no puede salir nada mal y la convivencia siempre será buena.

Por último, en cuanto a la autoridad del profesor en el aula como instrumento de manejo del control del grupo, me parece que como comentaba mi compañera Pilar, puede ser un arma de doble filo porque ¿puede un profesor escudarse en una ley aunque no tenga habilidades reales para controlar su clase? ¿Hasta dónde se puede llegar?

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